Los pueblos indígenas de nuestro tiempo: entre la resistencia y la construcción de utopías

Autor: Juan Daniel Oliva Martínez
Resumen
Los pueblos indígenas, en su diversidad, representan una gran esperanza para la humanidad. Sus particulares cosmovisiones, sus propuestas sobre la necesidad de fomentar procesos de desarrollo, sostenibles y respetuosos con el medioambiente y su reivindicación de las culturas diferenciadas como un tesoro que la Comunidad Internacional debe preservar, constituyen algunos de los elementos en los que debemos apoyarnos para imaginar nuevas maneras de relacionarnos entre los seres humanos y con el resto de las especies.
Empieza a convertirse en un lugar común cuando se trata la cuestión de los pueblos indígenas recordar que la UNESCO plantea que existen más de 5.000 culturas indígenas repartidas por todo el mundo. O referirse también a los informes internacionales del Banco Mundial que informan de que existen unos 370 millones de personas indígenas en los cinco continentes, lo que constituye un 5% de la población mundial. Seamos claros, no sabemos a ciencia cierta cuántos indígenas hay realmente, ya que en muchos Estados no hay censos étnicos y tampoco existen investigaciones antropológicas integrales que nos permitan conocer con exactitud el número de culturas indígenas diferenciadas. Tomemos por tanto esos datos que apuntábamos como algo orientativo, que nos permite realizar una aproximación de partida a la importancia del fenómeno indígena en nuestro planeta y en nuestro tiempo.
Así, independientemente del número exacto de culturas y de personas indígenas, lo cierto es que es innegable que los pueblos indígenas tienen una clara presencia en la actualidad porque han resistido los intentos por hacer desaparecer o asimilar sus culturas y mantienen una identidad diferenciada en distintas regiones del mundo. Desde la Patagonia a los Andes, desde el Istmo de Panamá a Alaska en América. Desde Sarawak y Borneo o el mismísimo Tíbet, a Siberia en Asia. Desde el desierto del Kalahari, pasando por Tanzania o Kenia en África, a los territorios europeos más cercanos al círculo polar ártico. Desde Australia, Nueva Zelanda o Papúa Nueva Guinea hasta Hawai en Oceanía y el Pacífico. Habitando ecosistemas muy diferentes. Teniendo una presencia activa en las tierras bajas y en las zonas de selva y boscosas, también en los altiplanos y las cordilleras, en las zonas de costa y las praderas, en las tundras y los desiertos, en las islas remotas o en los barrios de las grandes ciudades1() de muchos de los países que habitan.
Gran parte de sus hábitats se caracterizan por la gran diversidad biológica. Son, como bien sabemos, guardianes de la naturaleza, preservadores de prácticas de subsistencia especialmente sostenibles y se muestran muy críticos con los efectos del modelo económico, globalizado e imperante. Se caracterizan –incluso aquellos pueblos que fueron desplazados– por su especial apego a la tierra y a sus territorios históricos de los que se suelen considerar sus habitantes originarios, a pesar de que entre los pueblos indígenas también han sido frecuentes las migraciones y los movimientos de población. Esa especial concepción sobre la tierra y sobre sus territorios ancestrales está estrechamente vinculada con la protección del medioambiente.
De esta forma, para los pueblos indígenas la territorialidad y el respeto por la madre tierra, la preservación de sus bosques, de sus lagos, de sus ríos, de sus montañas, de sus playas y de todo lo que tiene que ver con los ecosistemas en los que tradicionalmente están asentados, juega un papel estructurante en la vida de la comunidad y es la base de su identidad y cultura diferenciada. Para los pueblos indígenas, al tiempo que ha de perseguirse el desarrollo de los seres humanos también se han de preservar los espacios y entornos naturales en los que habitan, incluidas la totalidad de las especies animales y vegetales, es decir el conjunto de la biodiversidad, con la que los pueblos indígenas se sienten integrados, conformando partes de un todo holístico e integrador, desde un marco de relacionamiento energético común que explica la importancia que dan a la sostenibilidad ambiental. Los usos de los pueblos indígenas son compatibles con la protección del medioambiente y existe una clara conexión entre la preservación de sus territorios, la de los recursos naturales y la de su vida tradicional.
Los pueblos indígenas representan modos de vida muy diferentes. Precisamente cada cultura indígena se ha conformado en el transcurrir de los tiempos como una manera particular de adaptarse a las necesidades colectivas de aquellos grupos humanos, de adecuarse a sus eco- sistemas de referencia, de aprovechar –reiteremos, siempre de manera sostenible– los recursos naturales para desarrollar sus vidas comunitarias o de superar las trabas y las dificultades a las que se han enfrentado a lo largo de la historia.
Las culturas indígenas en un sentido antropológico fuerte, incluyen los modos de vida, las creencias, la cultura material, su patrimonio inmaterial y simbólico y los conocimientos tradicionales traspasados de generación en generación, su sabiduría ancestral(2), sus formas de organización social y política y de explotación económica, sus idiomas diferenciados, sus normas consuetudinarias y los sistemas propios de resolución de conflictos, el arte o las maneras de relacionarse con otros grupos culturales. Podemos imaginar la riqueza cultural y la diversidad de modos de afrontar su existencia colectiva que integran las miles de culturas indígenas del planeta. Cada una de ellas asociadas a cosmovisiones también particulares y que incorporan en sí mismas referentes de vida buena (valores y principios, desde un punto de vista axiológico) para sus gentes.
Cada cultura indígena constituye así un tesoro a conservar por parte de la humanidad, un legado, un patrimonio para la Comunidad Internacional, pues en cada una de ellas hay elementos beneficiosos no sólo para los hombres y mujeres que las integran sino también para el resto de las sociedades, para los no indígenas(3). Culturas indígenas que, alejados de cualquier plantea- miento etnocéntrico o paternalista pero también de cualquier tentación idealizadora, debemos colocar en pie de igualdad (reconociendo sus elementos positivos sin desconocer los negativos, que también los hay) con el resto de las culturas que perviven en nuestro tiempo, reflejo de la dignidad colectiva de sus integrantes. Los pueblos indígenas, desde la riqueza y heterogeneidad de modos de vida, son los depositarios de gran parte de la diversidad cultural.
Estos pueblos, a pesar de que siguen siendo perseguidos en algunos contextos o ven vulnerados sus derechos humanos por la acción de empresas o gobiernos, hoy, en muchas regiones y países, muestran un proceso de revitalización política, social y cultural indudable. Además, pese a las dificultades, han conseguido abrir nuevos espacios de participación en los principales ámbitos internacionales de deliberación (Foro Permanente, Mecanismo de Experto, Relatoría – los tres espacios dentro de Naciones Unidas– Fondo Indígena en un marco iberoamericano, Grupo de Trabajo de la Comisión Africana, Consejo Consultivo de la Comunidad Andina de Naciones) y están incidiendo notablemente en las políticas públicas de muchos de los Estados en los que habitan. Asumiendo en algunos gobiernos incluso altos puestos de representación, desempeñándose como ministros, viceministros, embajadores, cargos importantes de la administración y en general ganando, a través de sus organizaciones más representativas, una visibilidad y una capacidad de influencia que hace sólo unos años era algo impensable.
Basan los pueblos indígenas su acción política y estrategia global, como sujetos colectivos de cambio en una serie de derechos reconocidos en instrumentos de referencia del Derecho Internacional como el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (1989), la Declaración de Naciones Unidas (2007), la Declaración Americana (2016), en alguna medida en el Convenio sobre la Diversidad Biológica (1992), en numerosas sentencias ya de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (desde 2001 hasta nuestros días) y también en diferentes pronunciamientos de los principales comités de control de los grandes tratados de derechos humanos (comités del Pacto de derechos civiles y políticos y del Pacto de derechos económicos, sociales y culturales, comité para la eliminación de la discriminación racial, comité de los derechos del niño).
Los principios sobre los que se asienta este corpus jurídico especializado son el de no discriminación, el de preservación de la diversidad que representan estos pueblos y el de su libre determinación, que incluso se ha formulado como un derecho específico en la Declaración adopta- da en Naciones Unidas en el año 2007(4).
Los derechos de los pueblos indígenas pueden clasificarse en los de carácter político (autogobierno, autonomías, sistemas particulares de adopción de decisiones, autoridades políticas tradicionales, organizaciones políticas propias); de carácter territorial-medioambiental (derechos a la propiedad colectiva de la tierra, a la preservación de sus ecosistemas de referencia, a los recursos naturales, a la delimitación y titulación de sus territorios, a un medioambiente saludable); de carácter jurídico (derecho al Derecho propio, a sus propios sistemas de justicia, a sus mecanismos internos de resolución de conflictos, a sus autoridades judiciales tradicionales, a la personalidad jurídica colectiva, al acceso a la justicia); de carácter económico y sociocultural (derecho a la preservación de su patrimonio cultural –material e inmaterial– a la preservación de su identidad y la protección de sus conocimientos tradicionales, a sus derechos colectivos de propiedad intelectual, a la educación bilingüe e intercultural, a la salud intercultural, derecho al desarrollo propio y autónomo, a sus sistemas y medios de subsistencia tradicionales, a sus propios modelos de emprendimiento, a la tecnología y la satisfacción de las necesidades básicas materiales y humanas) y de carácter participativo (derecho a la consulta y al consentimiento previo, libre e informado), principalmente(5).
En su conjunto el propósito de estos derechos en última instancia pasa por conservar y desarrollar de manera autónoma sus propios modelos de vida, de justicia, de educación, de salud intercultural y sus conocimientos tradicionales y por garantizar que pueden determinar y elaborar – según sus prioridades– estrategias relacionadas con sus modelos propios de desarrollo, mediante instituciones particulares.
Este marco legal internacional especializado en los derechos de los pueblos indígenas ha tenido una amplia proyección a nivel interno en muchos países en un plano constitucional, legislativo y también jurisprudencial con sentencias importantes de los altos tribunales nacionales, que empiezan a asumir un enfoque multicultural y se inspiran en el principio de valoración y preservación de la diversidad cultural. Todo ello a pesar de que todavía estamos muy lejos de que, en gran parte de los Estados con población indígena, se incorporen plenamente los estándares internacionales sobre derechos de los pueblos indígenas.
Muchas son las organizaciones indígenas que con el apoyo de ONG de derechos humanos, juristas de prestigio o bufetes comprometidos, pero también cada vez más de manera autónoma, con sus propios abogados indígenas, presentan demandas ante los tribunales nacionales por el incumplimiento de las obligaciones de los Estados en materia de derechos de los pueblos indígenas o incluso ante los órganos de control internacionales (a los que antes nos referíamos) una vez agotada la vía interna, encargados de fiscalizar las obligaciones en materia de derechos humanos recogidas en los grandes tratados del sistema de Naciones Unidas o de los sistemas regionales, especialmente el americano y el africano. Erigiéndose de esa manera como valedores de sí mismos, instando a los jueces o a los expertos internacionales a pronunciarse sobre sus derechos diferenciados, lo que ha dado lugar a una interesante jurisprudencia a nivel interno y de orden internacional, integrada por un número importante de sentencias que han acabado por condenar a varios Estados.
De manera coherente con lo expuesto hasta aquí, los pueblos indígenas defienden modelos de desarrollo particulares, afianzados en la multidimensionalidad y la multidireccionalidad, algo que intentan proyectar en sus planes de vida comunitarios(6). Esto conlleva una concepción del desarrollo que va mucho más allá de la dimensión económica y materialista y que entiende que la sostenibilidad tiene a su vez componentes culturales e identitarios, sociales, medioambientales, territoriales, políticos, organizacionales y espirituales. Una concepción del desarrollo mucho más rica, asentada en sus cosmovisiones particulares, que ofrece una mirada alternativa frente a las dinámicas globales y envolventes y que se fundamenta en una propuesta renovada que busca asegurar a los seres humanos un modo de vida integral, sostenible, respetuoso con las personas y el entorno, en contextos de integración y equilibrado con las tradiciones culturales comunitarias. Además, un modelo que niega que los caminos hacia el desarrollo o el bienestar de las personas sean unidireccionales. Más bien al contrario, defiende que hay múltiples opciones, variadas direcciones, múltiples vías, como garantías del buen vivir para las sociedades y las personas que las integran y para la preservación de la diversidad, la heterogeneidad, la pluralidad y la diferencia sociocultural, en gran medida como adelantábamos representada en nuestro tiempo por los pueblos indígenas asentados a lo largo y ancho de los cinco continentes.
Para los pueblos indígenas el sujeto de desarrollo básico es la comunidad. Entendiendo que los sujetos colectivos son los que protagonizan la vida entre los pueblos indígenas. Los beneficiarios de las políticas públicas de los Estados y los programas vinculados a la cooperación deben ser por lo tanto los pueblos indígenas, al tiempo que se aseguran los beneficios individuales para sus miembros. Y es que ciertamente en el ámbito indígena el sujeto comunitario es el centro de desarrollo, su actividad está centrada en la colectividad, a partir de una densa red organizativa que adecua mecanismos de reciprocidad y complementariedad, de solidaridad y ayuda mutua, desde criterios de valoración comunitaria de los bienes, de control social de la acumulación, de ritualización del excedente, de lógicas alternativas referidas a los valores de intercambio y de armonización de la actividad con el entorno medioambiental.
Conviene añadir que en los últimos tiempos han ido apareciendo nuevas o renovadas organizaciones políticas, relacionadas directamente con la expansión y consolidación del movimiento indígena. Esas organizaciones van alejándose de planteamientos victimistas y están asentadas sobre estructuras de participación más democráticas, respetando siempre sus usos y costumbres, y van eliminando paulatinamente las jerarquías y los modelos piramidales. Con estas nuevas organizaciones indígenas se han superado las divisiones interétnicas, creándose plataformas de participación y coordinación, nacionales e internacionales, que han configurado un particular modelo de diplomacia indígena(7). Esto debemos vincularlo directamente con la presencia que han ganado estos pueblos en la esfera internacional y a la que antes nos referíamos.
Uno de los elementos más interesantes de este proceso de maduración organizacional indígena es también la capacidad de autocrítica, es decir no sólo evitan idealizar o al menos no tanto– sus orígenes y evoluciones culturales, sino que incluso empiezan a cuestionar aspectos de sus tradiciones que consideran un freno para su desarrollo o que directamente ya no les resultan aceptables. Como ejemplo baste citar la reconsideración del papel de los liderazgos ancestrales (cuando estos no son útiles para la comunidad), la capacidad para huir de los tradicionales enfrentamientos interétnicos, la reorientación de las relaciones de género, incluida la condena de la discriminación o violencia interna contra las mujeres.
Gracias a estos cambios que se están produciendo, las mujeres, pero también los jóvenes, niños, mayores y personas indígenas con discapacidad, empiezan a ser objeto de atención específica para el movimiento indígena. Desde la constatación de que “estos grupos dentro del grupo”, suelen encontrarse en una situación de especial vulnerabilidad al interior de las comunidades y pueden ser objeto de discriminaciones internas o carencias de oportunidades a las que hay que sumar las que son generadas desde el resto de la sociedad. Combinar identidad colectiva con la identidad y necesidades de protección específicas de estos colectivos dentro de las comunidades indígenas, incorporando la perspectiva de género e intergeneracional, empieza a ser objetivo de muchas organizaciones indígenas, en las que, especialmente las mujeres, juegan un papel cada vez más protagónico.
En algunos contextos mucho más limitados y caracterizados por procesos de apertura todavía más importantes, algunas organizaciones indígenas empiezan a prestar también una tímida atención a la situación de los integrantes del colectivo de gais, lesbianas, bisexuales, transexuales y transgénero indígenas. Así, al interior de organizaciones indígenas de algunos países de América Latina, Estados Unidos, Canadá, los países nórdicos, Australia o Nueva Zelanda, personas indígenas –generalmente jóvenes y con formación universitaria– pertenecientes a este co- lectivo lgtbi, empiezan lentamente, superando prejuicios sociales y ancestrales externos a sus sociedades originarias pero también muy consolidados al interior de sus comunidades de referencia, a reclamar una visibilización propia y la integración como colectivo de sus demandas particulares de protección dentro de las demandas generales de los pueblos indígenas.
Según todo lo expuesto, parece evidente que los pueblos indígenas van dejando poco a poco atrás los traumas históricos, resultado de la acción de imperios, civilizaciones ajenas, colonizadores o regímenes insensibles a su identidad diferenciada que conllevaron exterminios, abusos, persecuciones, desplazamientos de población, ocupación de sus territorios y en el “mejor” de los casos, políticas públicas paternalistas con objetivos de asimilación(8). En efecto, los pueblos indígenas están en otra fase de su historia, y en las últimas décadas se han erigido –tal y como adelantábamos– como uno de los movimientos más activos(9) capaces, más allá de la diversidad de pueblos que los integran, en muchos contextos, nacionales, regionales o internacionales, de alzar su voz de manera responsable, combativa y constructiva, promoviendo cambios normativos así como modificaciones de calado tanto en las políticas públicas(10), como en los grandes programas de cooperación con financiación multilateral. Y de esa manera, no hay un foro internacional de relevancia en nuestro tiempo en el que no haya presencia indígena o cuestión que preocupe o inquiete a la Comunidad Internacional (ODS, derechos humanos, cambio climático) sobre el que no se pronuncien las organizaciones indígenas más representativas.
Además la fortaleza del movimiento indígena hace que no sea posible hoy ya en muchos países iniciar por parte del Estado la construcción de una infraestructura que afecte directa o indirectamente a un territorio indígena sin contar con la participación y opinión de los afectados. Y si las autoridades no cumplen con su obligación de consulta previa, se enfrentarán a importantes movilizaciones. Cada vez son más también las grandes empresas que en su afán por configurar proyectos extractivos o inversiones eficaces en territorios indígenas, no tienen más remedio que negociar con las autoridades comunitarias. Las empresas pueden hacerlo por su responsabilidad social, porque han asumido en algunos casos una política corporativa de derechos humanos que incluye el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas sobre la que algunos nuevos fondos de inversión comprometidos y solidarios pueden estar vigilantes, pero también, en muchos contextos, lo hacen porque no quieren problemas y desean evitar conflictos con las comunidades locales, las cuales con su movilización pueden llegar a paralizar o complicar este tipo de inversiones y poner en serios aprietos a las empresas.
Con todo ello los pueblos indígenas demuestran una gran capacidad de lucha y resistencia, y manifiestan una conciencia colectiva en el sentido de que saben que más allá del reconocimiento internacional, regional e interno de sus derechos diferenciados, la posibilidad real de la efectiva protección de estos derechos, se juega en el terreno político.
Para finalizar este breve repaso por algunas de las características de los pueblos indígenas de nuestro tiempo y el movimiento indígena global, debemos recordar que estos pueblos defienden la generación de sociedades pluriculturales y/o plurinacionales(11) en el marco de realidades de reconocimiento caracterizadas por la institucionalización de una renovada categoría de ciudadanía inclusiva y sensible a las especificidades culturales(12). Objetivo que pasa por la creación de Estados multiculturales, en el marco de procesos decolonizadores13, que aseguren la plena y permanente participación de los pueblos indígenas en la toma de decisiones y en el ejercicio del poder político.
Esto exige la generación de nuevos consensos, de nuevos pactos sociales que reconozcan el valor de las culturas indígenas en un plano constitucional, legislativo e institucional (ya se han dado pasos importantes en ese sentido en muchos países) y la implementación de mecanismos reales para el ejercicio de la democracia indígena en contextos multiculturales.
Una nueva forma de participación democrática que ha de asumir una dimensión identitaria y social y que debe sustentarse en las formas particulares de organización de los pueblos indígenas, en el ejercicio de su derecho de libre determinación aplicado en la autonomía y en las experiencias de autogobierno(14). Siempre en un plano de igualdad frente a cualquier otra forma de organización y modelos de participación(15).
La Utopía indígena
Frente a las dinámicas hegemónicas de nuestro tiempo en las que impera el individualismo más estrecho y el egocentrismo más ruin, donde los referentes de vida están relacionados con el interés y el beneficio propio y en las que prima esa ética del autointerés que nos deshumaniza, los pueblos indígenas nos hablan de altruismo, de bien común y ayuda mutua, de socialización de la riqueza. Proponen sistemas de desarrollo basados en la reciprocidad y aplican mecanismos de subsistencia en los que emerge un equilibrio real entre los anhelos y necesidades individuales y colectivas.
Así, ante la crisis del modelo económico imperante (basado en la primacía de las grandes empresas trasnacionales) y frente a la lógica capitalista neoliberal que aplasta los derechos humanos, sigue generando explotación de las personas y mantiene a grandes capas de la población en situación de pobreza, los pueblos indígenas nos proponen una economía solidaria. Una nueva manera de entender la dimensión económica de las sociedades humanas que está llamada a reconfigurar la vida cotidiana, transformar las relaciones de producción desde la cooperación, el asociacionismo liberador, la participación consciente y responsable en las actividades productivas y la solidaridad, asegurando la redistribución de los beneficios de manera sostenible.
Y con ello, los pueblos indígenas que han estado tradicionalmente marginados por los modelos económicos imperantes y que han sufrido el acoso de las grandes empresas con la intención de apropiarse de los recursos naturales, configuran en la actualidad en muchos de sus territorios, espacios de producción y redistribución autogestionados vinculados a sus tradicionales formas de vida, que son respetuosos con los entornos naturales y que constituyen ejemplos de comunidades de resistencia basadas generalmente en modelos de intercambio comunitario, la producción ecológica, la sostenibilidad y la solidaridad.
Cuando asistimos a una época en la que la injusticia está al orden del día, en la que la opresión atenaza a miles de millones de personas y a otros miles de millones se les ofrece una falsa libertad o una injusticia descafeinada al servicio finalmente de los poderosos, los pueblos indígenas nos ofrecen una buena lección de relación justa entre sus integrantes. Todo ello desde modelos internos de justicia alternativos a la justicia más punitiva y mecanismos de resolución de conflictos basados en el diálogo y la comunicación, en las soluciones amistosas, dando primacía siempre a la prevención y no al castigo.
Constatamos cómo en muchos lugares del planeta todavía prima el nacionalismo más vulgar, el etnocentrismo más destructivo y el desprecio hacia el diferente, –desde dinámicas de contra- posición entre un “nosotros” y un “ellos”, supuestamente irreconciliables– y asistimos a cómo sigue negándose en muchos contextos la diversidad y se rechaza la realidad multicultural y plural de la gran mayoría de las sociedades. Y también, cómo se sigue apostando porconcepciones homogéneas y petrificadas de las identidades culturales colectivas, asociando la cultura a una única cultura verdadera y legítima y ofreciendo una visión limitada y unidimensional del hecho cultural. Frente a ello los pueblos indígenas nos hablan de encuentro intercultural, del reconocimiento del diferente, de acoger a la alteridad16, de que hay que superar –como entre pueblos indígenas distintos han sabido hacer– las colisiones o discrepancias interétnicas para centrarse en la búsqueda de un futuro común, conformando plataformas de participación multiculturales con el objetivo de obtener beneficios para todos.
Cuando las grandes potencias siguen alimentando escaladas de conflictos y cuando los países más poderosos invaden o intervienen en otros territorios con el objetivo de asegurarse una influencia geopolítica o el acceso a los recursos naturales para sus emporios empresariales, cuando parte del modelo económico imperante reposa en la fabricación y venta masiva de armamento, los pueblos indígenas hacen un permanente llamado a la paz y a la no violencia. Y asumen un rol protagónico, desde sus valores de convivencia y respeto, en los procesos de pacificación de los conflictos, que, por otro lado, como en el caso colombiano (y es solo un ejemplo), tanto han afectado a sus comunidades.
Constatamos también día a día cómo el planeta sufre las consecuencias de ese modelo de desarrollo insostenible (causante del cambio climático y la reducción de la biodiversidad) basado en la producción a gran escala, el uso y disfrute incontrolado de los recursos naturales, el hedonismo individual y social y el consumismo absurdo y desenfrenado (pensemos en el reciente aquelarre hiperconsumista denominado black friday como fenómeno global). Ante ello los pueblos indígenas defienden modelos sostenibles, de producción y consumos responsables, adecuados al respeto por la naturaleza, el cuidado del planeta, de la Madre Tierra, de la Pachamama y de todos los seres vivos que la habitan.
Las grandes religiones, especialmente en occidente pierden adeptos o fieles diariamente y contemplamos el descrédito de parte de la jerarquía eclesial (Francisco en el caso de la Iglesia católica, parece ser la excepción). También en determinados contextos, especialmente el musulmán, se hacen en muchas ocasiones lecturas deformadas de los textos sagrados que conducen al fundamentalismo y en última instancia –aderezado todo ello con situaciones de pobreza y falta de expectativas– a la violencia y al terrorismo. Comprobamos cómo esos vacíos en el ámbito espiritual, que indudablemente generan insatisfacción en muchos seres humanos que en determinados momentos de sus vidas sienten esa necesidad de trascendencia, son rellenados por esa religión ya apuntada por Walter Benjamin hace muchas décadas, que es un nuevo credo (aunque ya no tan nuevo) el del Dinero. En efecto el Dinero como único Dios, siendo el capitalismo su profeta y el consumo y la acumulación de riqueza, sus mandamientos(17). Ante ello los pueblos indígenas ofrecen, desde sus culturas tradicionales y sus prácticas en el campo espiritual, referentes morales de buena vida, que son elementos claves para construir una ética global que oriente a los seres humanos en su relación con los demás y con la naturaleza.
Debido a la cultura popular globalizada propia de los tiempos neoliberales vivimos condenados al aceleramiento y a lo hiper (hiperestimulación, hipercomunicación, hiperconexión, hiperproducción, hipereficacia, hiperconsumismo) y además nos vemos casi obsesionados por llenar cualquier tiempo en nuestras vidas con múltiples actividades (fundamentalmente productivas pero también afectivas, deportivas, culturales...) presenciales o a través de las redes sociales que nos remiten a una especie de nuevo horror vacui de la vida cotidiana. Y en muchas ocasiones ante la gran diversidad de estímulos, símbolos y opciones, nos cuesta concentrarnos y mantener la atención. Frente a ello los pueblos indígenas nos animan a tomar perspectiva de nuestras propias vidas. Así, a través de sus técnicas de meditación y su manera de estar en el mundo, más pausada, más consciente, más tranquila, (desde la visión dominante, seguramente más “aburrida”), y que incluye intervalos y espacios vacíos, los pueblos indígenas nos proporcionan un ejemplo a seguir en la relación con nosotros mismos, con nuestros “hermanos” y con el planeta. Nos ayudan con ello a estar presentes en el aquí y en el ahora, algo tan necesario para tantos y tantas en estos tiempos líquidos donde todo es tan dinámico, fugaz y cambiante.
Asistimos lamentablemente cómo en muchos países occidentales, los ancianos, las personas de edad avanzada, son relegadas a un segundo o tercer plano en su consideración social. Es indudable que en ello juega un papel determinante su condición etaria. Se proyecta la idea de que ya no son –supuestamente– útiles para el modo de producción imperante, y en algunos lugares se les contempla como una carga, como un estorbo para el engranaje productivo-mercantil-consumista. Frente a este tratamiento desvalorizador, los pueblos indígenas promueven un respeto casi sagrado a los mayores, a los que se identifica con la sabiduría. Los abuelos son los depositarios de la tradición, de los conocimientos ancestrales. Consecuentemente ocupan un lugar importante, tanto real como simbólico, al interior de las comunidades indígenas.
Pese a los avances científico-técnicos y en la investigación, la enfermedad sigue presente en la humanidad. En nuestro tiempo afloran nuevos tipos de enfermedades, relacionadas con nuestro modelo extendido de vida, con nuestras pautas de consumo, con nuestra alimentación manipulada, desequilibrada e insana. Y una verdadera plaga recorre el mundo occidental: la ansiedad, el estrés, las crisis nerviosas, las depresiones, las enfermedades mentales, como resultado seguramente de una manera de vivir que –basada en la inmediatez y en lo efímero– en muchos contextos y a centenares de millones de personas les genera insatisfacción, frustración, miedo, inseguridad, pena, soledad...Y todo ello tiene una manifestación psíquica pero también conlleva malestar o enfermedad física para muchos seres humanos. Ante ello los pueblos indígenas defienden un modo de vida más pausado y equilibrado y una existencia humana consciente, a partir de la cual las personas puedan disfrutar del día a día, de cada pequeña experiencia, de los encuentros con los otros, del relacionamiento con los demás seres vivos y de la integración en los ecosistemas de referencia. Algo que en parte ya situábamos anteriormente. Pero es que además defienden una alimentación equilibrada y saludable, centrada en aquellos alimentos naturales que durante siglos y milenios supusieron la dieta básica para sus ancestros.
Por otro lado, frente al modelo biomédico imperante, activan al interior de sus comunidades modelos de salud tradicional que tienen muy en cuenta las dimensiones, no sólo físicas o químicas de la enfermedad sino también las espirituales y aquellas otras que están más ocultas y que son por lo tanto menos perceptibles(18). Desde el convencimiento de que en las comunidades existen múltiples saberes y habilidades tradicionales (relacionadas con los conocimientos naturalistas de las plantas medicinales, la espagiria y la actividad de chamanes y curanderos) con los que no sólo buscan enfrentarse a la enfermedad, sino que, ahondando en sus causas más ocultas, pueden contribuir a construir salud en un sentido integral, es decir a construir vida comunitaria.
Por último hemos de mencionar que, como bien sabemos, nuestras democracias están devaluadas, bien porque se erigen sobre marcos constitucionales limitados, bien porque entienden el consenso democrático como una simple alternancia en el poder de fuerzas políticas cuyos grandes programas no difieren en lo esencial (llamados a mantener o reforzar el modo de producción imperante) o bien porque se limitan a configurar marcos de participación política limitados a las elecciones y a eso que conocemos como democracia representativa (votar cada tanto tiempo). Pues bien, los pueblos indígenas defienden procesos de participación constantes de sus comunidades y los individuos que las integran sobre todos aquellos aspectos cotidianos que afecten a sus vidas. Promueven mecanismos de elección directa, asambleas comunitarias, espacios colectivos permanentes de participación desde elementos inclusivos y al tiempo respetuosos con las minorías y la diversidad, y capaces por lo tanto de integrar la pluralidad de visiones y opciones.
Por todo lo expuesto podemos referirnos a la existencia de una utopía indígena(19) y debemos relacionarla con la labor del movimiento indígena y los resultados prácticos logrados. Hablamos de utopía indígena cuando somos conscientes de los elementos de cambio que integran su discurso, de sus culturas particulares como baluartes contrahegemónicos, cuando sabemos identificar las acciones transformadoras que distintas organizaciones indígenas despliegan a lo largo y ancho del planeta con capacidad de incidencia global y en definitiva cuando somos conocedores del buen ejemplo que transmiten para el resto de las sociedades.
Siempre desde la constatación de que, luchando, organizándose, participando, resistiendo, asumiendo un rol activo como sujetos políticos de cambio, han configurado transformaciones de calado (y lo siguen haciendo) que han mejorado las condiciones de vida en las comunidades que representan y pueden mejorar las del resto de la sociedad.
Además, hemos de resaltar que ese ejemplo de lucha podemos identificarlo con prácticas responsables y constructivas, en el sentido de que los pueblos indígenas, pese a los ataques de los que han sido objeto y pese a que muestran en muchos contextos una actitud fuerte en la defensa de sus derechos, rara vez han acudido a la violencia y nunca al terrorismo. Muy al contrario, han sabido configurar prácticas emancipatorias, desde el discurso y la acción basadas en los derechos humanos, apoyándose y enriqueciendo el Derecho Internacional, acudiendo a los canales internacionales de representación y abriéndose espacios en ellos, al tiempo que han ayudado a consolidar los procesos de democratización en los países en los que habitan, desde sus concepciones de vida colectiva, basadas en la inclusión y en la defensa de las relaciones interculturales.
Pero también hablamos de utopía indígena al referirnos a las prácticas concretas de cambios y también a una serie de valores y principios presentes en las culturas milenarias y las diferentes cosmovisiones de muchos de estos pueblos indígenas que a nuestro juicio están directamente vinculados con una importante capacidad anticipatoria. Seguramente es en el principio del Buen Vivir-Sumak Kawsay, también vida en armonía(20), referente ético, filosófico, cosmovisional dentro los pueblos indígenas andinos, que ha sido incorporado como un principio constitucional en las Cartas magnas de Bolivia y Ecuador(21), donde mejor podemos situar esta alternativa a los patrones extendidos y globalizados propios de la sociedad y el sistema económico imperantes(22). Pero repartidas a lo largo y ancho del planeta, de esa riqueza que en el plano axiológico caracteriza a los pueblos indígenas.
el Sumak Kawsay es un ejemplo entre otros muchos que podemos identificar en tantas culturas repartidas a lo largo y ancho del planeta, de esa riqueza que en el plano axiológico caracteriza a los pueblos indígenas.
En definitiva, valores y principios, relacionados con sus conocimientos ancestrales y sus particulares formas de vida, que nos ofrecen referentes de esperanza en el sentido de que como siempre han hecho las utopías a lo largo de los tiempos nos animan, desde el inconformismo y la actitud crítica, a imaginar un mundo, real y concreto, mejor que aquel en el que vivimos, y nos impulsan a traspasar los límites de lo posible, configurando sociedades instituyentes capaces de superar los sentidos predados.
Y con ello, gracias a los pueblos indígenas, podemos imaginar siempre un futuro más luminoso y emancipatorio en el que, fraternalmente, los seres humanos (desde su dimensión individual y colectiva) satisfaciendo sus necesidades y viendo respetadas sus identidades particulares, puedan vivir en paz y armonía con el resto de los seres vivos del planeta.
1 Sobre los indígenas que habitan las ciudades y su particular modo de reinventar o readecuar su identidad en esos contextos urbanos, un trabajo colectivo en el que encontramos información de interés es el editado por FILAC (Fondo Indígena) Pueblos Indígenas y Ciudadanía: Los indígenas urbanos, APEFE, Centro de Antropología Cultural Universidad Libre de Bruselas, FILAC, Bruselas, 2007.
2 Al respecto podemos recomendar el reciente y excelente trabajo de Wade DAVIS, Los guardianes de la sabiduría ancestral. Su importancia en el mundo moderno, Sílaba, Madrid, 2017.
3 Sobre los aportes de los pueblos indígenas y las sociedades tradicionales a otras culturas o civilizaciones pueden consultarse los siguientes trabajos WEATHERFORD, J. El legado indígena, Editorial Andrés Bello, Barcelona, 2000 y DIAMOND, J. El mundo hasta ayer ¿Qué podemos aprender de las sociedades tradicionales?, Penguin Random House, Madrid, 2015. Una propuesta más heterodoxa es la de Jaime REIG, A favor de la tribu, Catarata, Madrid, 2018. Desde una perspectiva más general también podemos citar el excelente libro de Stephen CORRY, Pueblos Indígenas para el mundo del mañana, Círculo Rojo/Survival, Madrid, 2014.
4 Con los límites lógicos de un Derecho Internacional básicamente interestatal, y que para el caso concreto impiden que los pueblos indígenas, en el ejercicio de su libre determinación, puedan modificar las fronteras de los Estados en los que habitan.
5 Me he ocupado de la cuestión de los derechos de los pueblos indígenas con mucha profundidad en mi extenso trabajo OLIVA, J.D Los pueblos indígenas a la conquista de sus derechos, BOE, Madrid, 2012. El primero que lo hizo de manera sistemática, bien centrado en el ordenamiento internacional, fue el actual Decano de la facultad de Derecho de la Universidad de Colorado, buen colega y amigo, James ANAYA en su libro Pueblos Indígenas y Derecho Internacional, Trotta, Madrid, 2005.
6 Ya me ocupé de estas cuestiones en trabajos que por anteriores no han perdido su actualidad. Vid. OLIVA. J. D. La cooperación con pueblos indígenas: desarrollo y derechos humanos, CIDEAL, Madrid, 2005.
7 Sobre los pueblos indígenas y su capacidad para incidir internacionalmente desde componentes diplomáticos como elementos estratégicos en la lucha por sus derechos y reivindicaciones, recomiendo el libro de mi colega colombiana Ángela SANTAMARÍA, Redes trasnacionales y emergencia de la diplomacia indígena, Universidad del Rosario, Bogo- tá, 2008.
8 En el Documento Final de la Conferencia Preparatoria Mundial de los Pueblos Indígenas celebrada en la localidad noruega de Alta del 8 al 13 de junio de 2013, durante los trabajos preparatorios que condujeron a la realización de la Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre los Pueblos Indígenas (A/67/994) que tuvo lugar finalmente en septiembre de 2014, los representantes indígenas allí reunidos expusieron la persecución histórica que sus pueblos han sufrido a lo largo de los tiempos que ha consistido en “la usurpación continua de los territorios, tierras, recursos, aire, hielo, océanos y aguas, y montañas y bosques de los pueblos indígenas; en la destrucción extensa de las instituciones políticas y jurídicas de los pueblos indígenas; en prácticas discriminatorias de las fuerzas colonizadoras con el objetivo de destruir las culturas de los pueblos indígenas; en el incumplimiento de los tratados, acuerdos y otros arreglos constructivos concertados con los pueblos y naciones indígenas; en el genocidio, el ecocidio y la pérdida de la soberanía alimentaria, en crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, y en la militarización de los pueblos indígenas y de nuestras tierras; en la corporativización y mercantilización de los pueblos indígenas y de nuestros recursos naturales; y en la imposición de modelos de “desarrollo” que están destruyendo la capacidad de dar vida y la integridad de la Madre Tierra y que están produciendo una serie de impactos negativos, de los cuales el cambio climático podría llegar a ser el más destructivo”.
9 Hace ya tiempo que una gran especialista como Marie-Chantal BARRE, supo identificar la fuerza y el impulso que estaban tomando los pueblos indígenas como movimiento político-social. Véase Ideologías indigenistas y movimien- tos indios, Siglo XXI, Madrid, 1988. En una línea parecida para un contexto más localizado puede consultarse el traba- jo de María Consuelo MEJÍA y Sergio SARMIENTO, La lucha indígena un reto a la ortodoxia, Instituto de Investigacio- nes Sociales, Siglo XXI, México, 1987. Ambos libros pueden considerarse ya como dos clásicos en el estudio del origen del movimiento indígena como sujeto político de cambio.
10 Un buen trabajo en el que se analiza cómo se pueden articular de manera eficaz y positiva, las demandas de los pueblos indígenas con las políticas públicas es el de Víctor Hugo TORRES, La acción pública intercultural: Las políticas interculturales de los gobiernos indígenas. Universidad Politécnica Salesiana-GTZ, Quito, 2010.
11 Lo plurinacional ha dado mucho de sí en el pensamiento relacionado con los pueblos indígenas. Para una aproxi- mación al tema desde la perspectiva ecuatoriana y boliviana (Estados que se han reconocido constitucionalmente co- mo plurinacionales) pueden consultarse los siguientes libros ACOSTA A. et al. Plurinacionalidad: democracia en la di- versidad, Abya-Yala, Quito, 2009; ALMEIDA, El Estado plurinacional. Valor histórico y libertad política para los indíge- nas ecuatorianos, Abya-Yala, Quito, 2008 y GARCÉS, F. Los indígenas y su Estado plurinacional: una mirada al proceso constituyente boliviano, UMSS-CLACSO-JAINA, Cochabamba, 2013.
12 Excelente trabajo al respecto es el del investigador mexicano Pedro GARZÓN, Ciudadanía indígena. Del multicultu- ralismo a la colonialidad del poder. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2015.
13 La decolonialidad como condición de posibilidad para el ejercicio de los derechos de los pueblos indígenas y la generación de marcos de convivencia intercultural ha tenido especial eco entre el movimiento indígena. También en los ámbitos universitarios y académicos y entre los responsables de la formulación de políticas públicas, especialmente aunque no sólo en Bolivia y Ecuador. Al respecto podemos citar algunos trabajos como VV.AA Descolonización en Bo- livia. Cuatro ejes para comprender el cambio. Vicepresidencia-BMD, La Paz, 2011 y WALSH. C. Interculturalidad, Estado, sociedad. Luchas decoloniales, USAB, Quito, 2009.
14 Mucho se ha escrito sobre las autonomías y autogobiernos indígenas. Algunos textos de referencia serían: ALBÓ, X. y ROMERO, C. Autonomías indígenas, GTZ-PADEP, La Paz, 2007; ALMEIDA, I. et al. Autonomía indígena. Frente al Estado Nación y la Globalización neoliberal, Abya-Yala, Quito, 2005; DÍAZ POLANCO, H. Autonomía regional. La autodeterminación de los pueblos indios, Siglo XXI, México D.F. 1996; GABRIEL, L. y LÓPEZ-RIVAS G. (coord.) Auto- nomías indígenas en América Latina, Plaza & Valdés, México, 2005; GONZÁLEZ, M. et al. La autonomía a debate: au- togobierno indígena y Estado plurinacional en América Latina, FLACSO-GTZ-IWGIA-CIESAS, Quito, 2010; MOLINA, W. et al. Estado, identidades territoriales y autonomías en la región amazónica de Bolivia, PIEB, La Paz, 2008; RO- CHA, J. A et al. Autonomías indígenas, construcción de nación y fortalecimiento del Estado, PIEB-Kawsay, La Paz, 2008 y SÁNCHEZ, C. Los pueblos indígenas: del indigenismo a la autonomía, Siglo XXI, México D.F. 1999, entre otros muchos.
15 RANGEL, R. Democracia Indígena en contextos multiculturales, PCI, Toluca, México, 2018.
16 Un trabajo, desde la antropología, que resulta muy clarificador sobre algunos de los grandes conceptos e ideas fuerza utilizadas en este artículo y que ponemos en relación con los pueblos indígenas es el de Patricio GUERRERO,La cultura: estrategias conceptuales para comprender la identidad, la diversidad, la alteridad y la diferencia, Escuela de Antropología Aplicada, Abya-Yala, Quito, 2002.
17 BENJAMIN, W. “El capitalismo como religión”, Gesammelte Schriften, vol. VI, 100-103. En palabras del propio Ben- jamin “Hay que ver en el capitalismo una religión, es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, suplicios e inquietudes a las que daban respuesta antiguamente las llamadas religiones”.
18 La Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud, llevan ocupándose de la salud tradicional de los pueblos indígenas ya desde hace tiempo. En el siguiente link podemos encontrar algunos de los do- cumentos e informes de referencia que se han publicado: https://www.paho.org/hq/index.php?option=com_content&view=article&id=1475:salud-pueblos-indigenas-atencion-pri- maria-interculturalidad&Itemid=820&lang=pt
Por otro lado, el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas se ha preocupado, en el marco del programa de formación relacionado con la Universidad Indígena Intercultural, por tratar sobre estas cuestiones en los cursos de postgrado que implementa. La convocatoria del último postgrado (curso 2017/18) puede consultarse en el siguiente link: https://www.filac.org/wp/comunicacion/filac-informa/se-inicia-diplomado-en-salud-intercultural-desde-la-vision-de- los-pueblos-indigenas/
19 Utilizamos el concepto utopía en el sentido blochiano. Ernst BLOCH puede ser considerado sin lugar a dudas como el filósofo de la utopía y su obra me ha servido de referente durante gran parte mi trayectoria investigadora y universitaria. Las principales preocupaciones de Bloch quedaron reflejadas en su obra más significativa, El principio esperanza (Trotta, Madrid, tres tomos) verdadera síntesis de su pensamiento. Trabajo monumental, erudito, sistémico, una verdadera joya en la historia de la filosofía. También en una obra inicial, Espíritu de la utopía (1918; 2a versión: 1923), encontramos reflexiones que anticipan su visión entorno a la utopía. Entre nosotros con seguridad quien mejor se ha acercado a la obra de Ernst Bloch, contextualizando gran parte de su legado intelectual e interpretando su concepto de utopía a la luz de las necesidades, demandas, anhelos y luchas colectivas de nuestro tiempo ha sido mi buen ami- go y colega, Juan José TAMAYO. Entre sus numerosas obras dedicadas a Bloch y también a la utopía cito solo algunas de las más relevantes: Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2015; Invitación a la Utopía: Estudio histórico para tiempos de crisis, Madrid, Trotta, 2012 y 2016 y como director y co- autor de la obra colectiva La utopía, motor de la historia, Fundación Ramón Areces, Madrid, 2017.
20 Sumak significa plenitud, grandeza, lo justo, lo completo, lo superior y Kawsay significa la vida en permanente reali- zación, dinámica y cambiante. El Sumak Kawsay se integra con otros principios como el Sumak Allpa (tierra protegida, tierra sin mal) y el Sumak Yachay (conocimientos ancestrales preservados).
21 Más allá del Buen Vivir / Sumak Kawsay, ambos textos son básicos para comprender el alcance de las reivindicaciones indígenas y su plasmación constitucional. Una aproximación general a ambas constituciones, desde los propios contextos nacionales de referencia, lo encontramos en trabajos como los de ANDRADE, S.et al. La nueva Consti- tución del Ecuador, UAS-Corporación Editora Nacional, Quito, 2009; BÖHRT, C. et al. Hacia una Constitución democrática, viable y plural, FESILDIS, La Paz, 2008; GARCÉS, F. Los indígenas y su Estado (pluri)nacional: una mirada al proceso constituyente boliviano, UMSS-CLACSO-JAINA, 2013; IBARRA, H. Visión histórico política de la Constitución del 2008, CAAP, Quito; NOGUERA, A. Constitución plurinacional y pluralismo jurídico en Bolivia, Oxfam, La Paz, 2008; PÉREZ, P. (comp.) La Constitución ciudadana, Taurus, Quito, 2009; QUINTERO, R. La Constitución del 2008. Un análisis político, Abya-Yala, Quito, 2008 y SCHAVELZON, S. Plurinacionalidad y Vivir Bien/Buen Vivir: Dos conceptos leídos desde Bolivia y Ecuador post-constituyentes, AbyaYala-Clacso, 2015.
22 Sobre el Buen Vivir puede consultarse algunos trabajos de referencia: ACOSTA, A. El Buen Vivir. Una vía para el desarrollo, Abya-Yala, Quito. 2009; DÁVALOS, P. “Reflexiones sobre el Sumak Kawsay (el Buen Vivir) y las teorías de desarrollo, ALAI, agosto 2008; DE MARZO, G. Buen Vivir. Para una democracia de la Tierra, Plural, La Paz, 2010; FA- RAH, I. y VASAPOLLO, L (coord.) Vivir Bien: ¿paradigma no capitalista?, CIDES-Sapienza de Roma-OXFAM, La Paz; MAMAMI PACASI, R. et al. Vivir Bien: significado y representaciones desde la vida cotidiana, PIEB, La Paz; MEDINA, J. “Suma Qamaña. La comprensión indígena de la Vida Buena”, en Gestión Pública Intercultural, no 8, PADEP-GTZ, La Paz, 2001 y “Una cartografía boliviana Suma Qamaña, Vivir Bien y de vita beata”, Bolpress, 2012; MRI, El Vivir Bien como respuesta a la crisis global, La Paz, 2009; RAMOS, F. S. La cosmovisión quichua en Ecuador; una pers- pectiva para la economía solidaria del Buen Vivir, México, 2014 y SCHAVELZON, S. Plurinacionalidad y Vivir Bien/Buen Vivir, 2015 (ya citado anteriormente). También el capítulo titulado “Sumak Kawsay y teología indígena” del libro del profesor TAMAYO, JJ. Teologías del Sur. El giro descolonizador, Trotta, 2017.